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Crónica.

Eran las 11:30 de la mañana del 09 de abril del 2018, un lunes soleado y muy caluroso con una sensación térmica de unos 40° centígrados azotaban la ciudad de Coatzacoalcos Veracruz, 24 horas antes había recibido la noticia del fallecimiento de Don Juan Santiago Rodríguez, una persona allegada hacia mi persona,  al llegar al recinto donde era velado, la sala de velación de la sección 31 de PEMEX, el velatorio era un amplio salón color blanco, dividido en secciones que por la gran cantidad de personas reunidas se tenían todas las salas abiertas creando un amplio espacio donde se alojaban más de 150 sillas color negro, dos climas industriales trabajando sin parar mantenían fresca la habitación, al pasar la entrada principal estaba una gran barra, la cual contenía vasos desechables, botellones de agua, refrescos, una gran cafetera que desprendía un delicioso aroma el cual incitaba a que pudieran degustar de esta bebida caliente,  se podía ver los rostros tristes, algunos tenían una mirada perdida al horizonte, a uno que otro se les notaban los signos de desvelo, otros se veían frescos por haber tomado una ducha momentos antes para poder resistir la pesada agenda del sepelio, entre los conocidos  se encontraban la viuda, sus 4 hijas, yernos, nietos, biznietos, amigos y familiares, algunos cercanos otros no, vestían ropa formal, ropa de color clara y obscura, no de colores vivos, respetando el momento tan amargo que se vivía en ese momento.

Daban exactamente las 14:30 horas, entre los murmullos de los presentes, se hablaban de anécdotas del fallecido, se recordaban momentos alegres, de aventura, de lo mucho que dolía su partida a los 95 años y que por azares del destino, falleció el mismo día que vino a la vida, Don Juan o Don Juanito como muchos le conocían, yacía en un féretro color caoba, rodeado de un sinfín de flores de diferentes tamaños color blanco, 4 grandes cirios pascuales hacían guardia en cada esquina , los familiares uno a uno fueron acercándose al cristal que dividía e impedía  el poder tocarle el rosto, ahí yacía acostado vistiendo su tradicional guayabera blanca, un pantalón color café, con sus alpargatas del mismo color, a los cuales siempre se refería como un calzado ligero y cómodo, al verlo con sus ojos cerrados, casi se podía sentir que en cualquier momento despertaría y haría un regaño por tanto bullicio y llanto que ahí se producía.

“Abuelo, abuelito descansa en paz”, le dijo una de sus nietas, ella había estado desde que el abuelo había enfermado del corazón, fue una muerte anunciada, mas no solicitada, dolía  y mucho, tal vez dolía mas al momento de recordar sus enseñanzas y que por su carácter fuerte y obstinado nunca permitía a sus nietos el que le hicieran una observación a su método de enseñanza, “¡Carajo así lo haces, porque yo lo digo!” en ese momento hervías en cólera por acatar una orden impuesta, pero mucho tiempo después caías en cuanta que él tenía razón, mas nunca se lo hiciste saber.

 

15 minutos antes de las 15:00 horas partía la carroza fúnebre, con rumbo a la iglesia de San José, acompañada de los  aproximados 80 familiares ahí reunidos, el recorrido duró  10 minutos, 2 nietos y dos yernos hicieron lo propio para cargar el féretro, subir las escalinatas  y colocarlo  nuevamente en la base y poder ingresar a la iglesia, 40 minutos  entre oraciones y palabras de aliento hacia los familiares se dieron en su última visita a la casa de Dios, en donde el párroco mencionaba lo afortunado que era al poder contemplar el rostro del creador en persona.

Al término de la ceremonia religiosa, nuevamente inicio el camino hacia su última morada.

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